Rosalind Franklin fue mucho más que la ‘heroína agraviada’ del ADN

Retrato de Rosalind Franklin mirando al microscopio

Credit: Science Source/SPL

En el centro de la lápida de Rosalind Franklin en el cementerio judío de Willesden, en Londres, aparece la palabra «scientist». A continuación aparece la inscripción: «Sus investigaciones y descubrimientos sobre los virus siguen siendo beneficiosos para la humanidad»

Como una de las científicas más destacadas del siglo XX, el trabajo de Franklin ha beneficiado a toda la humanidad. El centenario de su nacimiento, que se celebra este mes, suscita muchas reflexiones sobre su carrera y sus contribuciones a la investigación, entre las que destaca el papel catalizador de Franklin en el desentrañamiento de la estructura del ADN.

Se la conoce sobre todo por una imagen de difracción de rayos X que ella y su estudiante de posgrado Raymond Gosling publicaron en 19531, y que fue clave para la determinación de la doble hélice del ADN.

Pero el notable trabajo de Franklin sobre el ADN supone una fracción de su historial y su legado. Fue una incansable investigadora de los secretos de la naturaleza, y trabajó en biología, química y física, centrándose en investigaciones de importancia para la sociedad. Logró importantes avances en la ciencia del carbón y el carbono, y se convirtió en una experta en el estudio de los virus causantes de enfermedades vegetales y humanas. En esencia, gracias a Franklin, a sus colaboradores y a sus sucesores, los investigadores actuales pueden utilizar herramientas como la secuenciación del ADN y la cristalografía de rayos X para investigar virus como el SARS-CoV-2.

La carrera investigadora de Franklin comenzó en las ciencias físicas. En algunos de sus primeros trabajos, en la década de 1940, incluido su doctorado, Franklin ayudó a determinar la densidad, la estructura y la composición del carbón, un combustible fósil que se utilizaba ampliamente para calentar los hogares y dar energía a la industria. Franklin quería entender la porosidad del carbón, sobre todo para saber cómo hacer que se quemara de forma más eficiente. Pero, como señala Patricia Fara, historiadora de la ciencia de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), la porosidad del carbón fue también un factor clave para la eficacia de las máscaras antigás de la Segunda Guerra Mundial, que contenían filtros de carbón activado. De este modo, Franklin contribuyó indirectamente al diseño del equipo de protección personal de su época.

La investigación sobre el carbón de Franklin consolidó su reputación. Su primer artículo en Nature, en enero de 1950, analizaba cómo ciertos electrones del carbón afectan a la dispersión de los rayos X2. Al año siguiente, expuso su contribución más importante a la ciencia del carbón: el descubrimiento de que el carbono que se forma al arder se clasifica en una de las dos categorías, grafitizante o no grafitizante, y que cada una tiene una estructura molecular distinta3. Este trabajo reveló la principal diferencia entre el coque y el carbón vegetal, dos productos de la combustión del carbón. El coque podía transformarse en grafito cristalino a altas temperaturas, mientras que el carbón no. El trabajo también ayudó a explicar por qué el coque se quema tan eficazmente, en caliente y con poco humo. Esto lo hace útil en los procesos industriales que necesitan crear grandes cantidades de calor, como la fundición del acero.

Desde el carbón, Franklin pasó a estudiar los virus, que le fascinarían durante el resto de su vida. Durante la década de 1950, pasó cinco productivos años en el Birkbeck College de Londres utilizando sus conocimientos de rayos X para determinar la estructura del ARN del virus del mosaico del tabaco (TMV), que ataca a las plantas y destruye los cultivos de tabaco. El virus se descubrió en la década de 1890, cuando los investigadores intentaban aislar el patógeno que dañaba las plantas y descubrieron que era demasiado pequeño para ser una bacteria.

Franklin produjo imágenes detalladas de difracción de rayos X, que se convertirían en su sello distintivo. En un momento dado, corrigió la interpretación de James Watson sobre la estructura helicoidal del TMV. El conocimiento de la estructura del virus permitió a otros científicos avanzar en los primeros días de la biología molecular y utilizar el TMV como modelo para ayudar a descifrar el código genético.

Una vez resuelta la estructura del TMV, Franklin se dedicó a estudiar otros virus vegetales que afectaban a importantes cultivos agrícolas, como la patata, el nabo, el tomate y el guisante. Luego, en 1957, volvió a pivotar para empezar a estudiar el virus que causa la polio, que es estructuralmente similar al virus del mosaico amarillo del nabo. En aquella época, la polio era una temida enfermedad transmisible. Desde entonces ha sido erradicada en su mayor parte, aunque los casos persisten en Pakistán y Afganistán.

Conector global

Pero el tiempo no estaba del lado de Franklin. En 1956 se le diagnosticó un cáncer de ovarios y murió dos años después, con sólo 37 años. Sus colaboradores Aaron Klug y John Finch publicaron la estructura del poliovirus al año siguiente, dedicando el artículo a su memoria4. Klug recibiría el Premio Nobel de Química en 1982 por su trabajo para dilucidar la estructura de los virus.

Franklin era una viajera empedernida en el circuito mundial de conferencias y una colaboradora con socios internacionales. Ganó una rara beca (con Klug) de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos. Fue un conector global en los primeros días de auge de la investigación de las estructuras de los virus: una experta en virus patógenos que se había ganado una reputación internacional y se preocupaba profundamente por poner en práctica su investigación.

Es una parodia que Franklin sea recordada principalmente por no recibir todo el crédito por sus contribuciones al descubrimiento de la estructura del ADN. Esa parte de la historia de la vida de Franklin no debe olvidarse nunca, pero fue mucho más que la «heroína agraviada «5, y ya es hora de reconocerla por toda la amplitud y profundidad de su carrera investigadora.

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