Educación superior
Un sistema de educación superior abierto a todos -en todo caso, a todos los que tuvieran el tiempo libre y el dinero necesario- surgió con la aparición de los sofistas, en su mayoría maestros extranjeros contemporáneos y adversarios de Sócrates (c. 470-399 a.C.). Hasta entonces, las formas superiores de la cultura habían mantenido un carácter esotérico, siendo transmitidas por el maestro a unos pocos discípulos elegidos -como en las primeras escuelas de medicina de Cnidus y de Cos- o en el marco de una cofradía religiosa que implicaba el estatus de iniciado. Los sofistas se propusieron responder a una nueva necesidad que se percibía de forma generalizada en la sociedad griega, sobre todo en las ciudades más activas, como Atenas, donde la vida política se había desarrollado intensamente. En adelante, la participación en los asuntos públicos se convirtió en la ocupación suprema que comprometía la ambición del hombre griego; ya no era en el atletismo y en las actividades elegantes de ocio donde se expresaba su valor, su deseo de afirmarse y de triunfar, sino en la acción política.
Los sofistas, que eran educadores profesionales, introdujeron una forma de educación superior cuyo éxito comercial atestiguaba y era promovido por su utilidad social y su eficacia práctica. Inauguraron el género literario de la conferencia pública, que iba a experimentar una larga popularidad. Se trataba de una enseñanza orientada en una dirección totalmente realista, la educación para la participación política. Los sofistas no pretendían transmitir ni buscar la verdad sobre el hombre o la existencia; ofrecían simplemente un arte del éxito en la vida política, que significaba, sobre todo, ser capaz en cada ocasión de hacer prevalecer el propio punto de vista. Dos disciplinas principales constituían el programa: el arte de la argumentación lógica, o dialéctica, y el arte de la oratoria persuasiva, o retórica, las dos ciencias humanísticas más florecientes de la antigüedad. Estas disciplinas las fundaron los sofistas destilando de la experiencia sus principios generales y sus estructuras lógicas, posibilitando así su transmisión sobre una base teórica de maestro a alumno.
A la pedagogía de los sofistas se opuso la actividad de Sócrates, quien, como heredero de la tradición aristocrática anterior, se alarmó por este utilitarismo radical. Dudaba de que se pudiera enseñar la virtud, sobre todo por el dinero, una sustancia degradante. Heredero de los viejos sabios de antaño, Sócrates sostenía que el ideal supremo del hombre, y por tanto de la educación, no era el espíritu de eficiencia y poder, sino la búsqueda desinteresada de lo absoluto, de la virtud, en definitiva, del conocimiento y la comprensión.
Sin embargo, hasta principios del siglo IV a.C. no se organizaron los principales tipos de educación superior de la Grecia clásica de forma definitiva. Esto fue el resultado de los esfuerzos conjuntos y rivales de dos grandes educadores: el filósofo Platón (c. 428-348/347), que abrió su escuela -la Academia- probablemente en el año 387, y el orador Isócrates (436-338), que fundó su escuela hacia el año 390.
Platón descendía de una larga estirpe de aristócratas y se convirtió en el más distinguido de los alumnos de Sócrates. La acusación y ejecución de Sócrates por parte de lo que Platón consideraba una sociedad ignorante le apartó de Atenas y de la vida pública. Tras una ausencia de unos diez años, que pasó viajando por el Mediterráneo, regresó a Atenas, donde fundó una escuela cerca de la arboleda dedicada al héroe primitivo Acadēmos y que por ello se conoce como la Academia. El selecto grupo de eruditos que se reunía allí se dedicaba a las disputas filosóficas como preparación para su papel de líderes. El buen gobierno, creía Platón, sólo provendría de una sociedad educada en la que los reyes son filósofos y los filósofos son reyes.
Los diálogos literarios de Platón ofrecen una imagen completa de su enfoque de la educación. Básicamente, se construyó en torno al estudio de la dialéctica (la habilidad del razonamiento verbal preciso), cuya búsqueda adecuada, según él, permite despojarse de conceptos erróneos y confusiones y establecer la naturaleza de la verdad subyacente. La última búsqueda educativa, tal y como se revela en los diálogos, es la búsqueda del Bien, es decir, la idea última que une toda la existencia terrenal.
El programa educativo de Platón se expone en su diálogo más famoso, la República. El mundo, argumentaba, tiene dos aspectos: el visible, o lo que se percibe con los sentidos; y el no visible, o lo inteligible, que consiste en formas o ideas universales y eternas que sólo son aprehensibles por la mente. Además, el propio reino visible se subdivide en dos: el reino de las apariencias y el de las creencias. Las experiencias humanas de la llamada realidad, según Platón, son sólo de «apariencias» visibles y de ellas sólo pueden derivarse opiniones y creencias. La mayoría de la gente, argumentaba, permanece encerrada en este mundo visible de las opiniones; sólo unos pocos elegidos pueden cruzar al reino de lo inteligible. A través de un riguroso programa de educación superior de 15 años dedicado al estudio de la dialéctica y el razonamiento matemático, esta élite («personas de oro» era el término de Platón) puede alcanzar una comprensión de la realidad genuina, que se compone de formas como el Bien, lo Verdadero, lo Bello y lo Justo. Platón sostenía que sólo los individuos que sobreviven a este programa son realmente aptos para los más altos cargos del Estado y capaces de que se les confíe la más noble de todas las tareas, la de mantener e impartir justicia.
La escuela rival de Isócrates era mucho más realista y práctica. También pretendía una forma de sabiduría, pero de orden mucho más práctico, basada en la elaboración de soluciones de sentido común para los problemas de la vida. A diferencia de Platón, Isócrates buscaba desarrollar la cualidad de la gracia, la astucia o la delicadeza, más que el espíritu de la geometría. El programa de estudios que imponía a sus alumnos era más literario que científico. Además de la gimnasia y la música, sus fundamentos incluían el estudio de los clásicos homéricos y un extenso estudio de retórica -que consistía en cinco o seis años de teoría, análisis de los grandes clásicos, imitación de los clásicos y, finalmente, ejercicios prácticos.
Estas dos formas paralelas de cultura y de educación superior no estaban totalmente en conflicto: ambas se oponían al pragmatismo cínico de los sofistas; cada una influía en la otra. Isócrates promovía las matemáticas elementales como una especie de entrenamiento mental o gimnasia mental y permitía una pizca de filosofía para iluminar amplias cuestiones de la vida humana. Platón, por su parte, reconoció la utilidad del arte literario y de la retórica filosófica. Las dos tradiciones aparecen como dos especies de un mismo género; su debate, continuado en cada generación, enriqueció la cultura clásica sin poner en peligro su unidad.
Antes de dejar el periodo helénico, hay otra gran figura que valorar, una que fue puente hacia la siguiente época, ya que fue el tutor del joven príncipe que se convirtió en Alejandro Magno de Macedonia. Aristóteles (384-322 a.C.), que fue uno de los alumnos de Platón y compartió algunas de sus opiniones sobre la educación, creía que ésta debía ser controlada por el Estado y que debía tener como objetivo principal la formación de los ciudadanos. El último libro de su Política se abre con estas palabras:
Nadie dudará de que el legislador debe dirigir su atención sobre todo a la educación de la juventud….El ciudadano debe ser moldeado para adaptarse a la forma de gobierno bajo la que vive.
Compartía algunos de los recelos de Platón sobre la democracia, pero, como no era un recluso sino un hombre de mundo familiarizado con los asuntos públicos, declaró su preferencia por la democracia limitada – «polity»- sobre otras formas de gobierno. Su mundanidad también le llevó a preocuparse menos por la búsqueda de ideas, al modo platónico, y más por la observación de cosas concretas. Su afán por la estructura lógica y la clasificación, por la sistematización, fue especialmente fuerte.
Esta sistematización se extendió a la educación de los jóvenes. En su primera fase, desde el nacimiento hasta los siete años, debía desarrollarse físicamente, aprendiendo a soportar las dificultades. Desde los siete años hasta la pubertad, su plan de estudios incluiría los fundamentos de la gimnasia, la música, la lectura, la escritura y la enumeración. Durante la siguiente fase, desde la pubertad hasta los 17 años, el estudiante se preocuparía más por el conocimiento exacto, no sólo continuando con la música y las matemáticas, sino también explorando la gramática, la literatura y la geografía. Finalmente, en la juventud, sólo unos pocos estudiantes superiores continuarían con la educación superior, desarrollando intereses enciclopédicos e intensamente intelectuales en las ciencias biológicas y físicas, la ética y la retórica, así como la filosofía. La escuela de Aristóteles, el Liceo, era pues mucho más empírica que la Academia de Platón.