Se denomina virtud a aquella cualidad que una persona posee y que es beneficiosa para sí misma y para terceros. Así, una virtud puede ser entendida como un tipo de disposición moral que garantiza un buen comportamiento de alguien. En este sentido puede referirse a una enorme cantidad de virtudes, todas ellas destacando un determinado aspecto de la conducta humana que puede valorarse por sus consecuencias beneficiosas. Por contraposición a la virtud, puede aludirse al vicio como un tipo de comportamiento que puede tener visos destructivos tanto para la persona que lo mantiene como para los demás; los vicios en este sentido pueden revestir diversas formas, pero en todo caso se oponen a las virtudes por sus consecuencias negativas.
Las virtudes, como asimismo los vicios, pueden vislumbrarse como hábitos, esto es, como conductas recurrentes en el comportamiento de una persona. Desde esta perspectiva se comprende el hecho de que estas se mantengan a lo largo del tiempo y generen dificultades si se los quiere cambiar, como sucede en el caso de los vicios. Es por ello que deben mantenerse una serie de cuidados en lo que respecta al comportamiento que se posee si se quieren alcanzar metas específicas. En efecto, las virtudes se cultivan mediante la disciplina y la dedicación y estas circunstancias deben mantenerse a lo largo del tiempo. Una vez que se toma la iniciativa en el logro de determinados objetivos, el desarrollo de una virtud específica requiere necesariamente el tiempo y el trabajo.
En la teología católica se establecen siete virtudes y se distinguen dos categorías: las virtudes cardinales y las virtudes teologales. En el primer caso, se hace referencia a virtudes que guardan relación con una rectitud en la voluntad de las personas, mientras que en el segundo caso se hace alusión a aquellas virtudes que están infundidas por Dios mismo. En el primer caso se alude a la Prudencia, a la Templanza, a la Fortaleza y a la Justicia; en el segundo caso se alude a la Fe, a la Esperanza y a la Caridad.
En el mundo contemporáneo continuamente se exige el éxito al hombre, como si este fuese una circunstancia que proviene del exterior y olvidando cuales son las circunstancias que lo provocan o generan un buen caldo de cultivo para que éste se presente. En este sentido se hace importante valorar el trabajo duro y la persistencia, teniendo claro los objetivos y considerando que estos solo se alcanzarán con el desarrollo de las virtudes.