Todos necesitamos sentirnos queridos. Es casi tan importante como comer o dormir: una necesidad verdaderamente fundamental.
Cuando sientes que nadie te quiere de verdad, que no importas realmente a nadie, es como si te hubieran privado del alimento que necesitas para vivir. Mientras que la supervivencia física depende de la comida y el sueño, la supervivencia emocional depende del afecto.
El sentimiento de que nadie te quiere realmente puede venir de diferentes lugares. En principio, todos los seres humanos pueden sentirse así. Nadie nos quiere perfectamente. Incluso los amores más profundos y sinceros, como el amor de una madre, son imperfectos e incompletos.
-Khalil Gibran-
Si idealizas demasiado el amor, puedes llegar a la conclusión de que nadie te quiere de verdad, porque no está dispuesto a dar la vida por ti. O porque al final te fallan y no están ahí cuando los necesitas.
Los que aman por carencia emocional exigen más amor del que la gente puede dar. Y como sus expectativas son tan altas y no se cumplen, pueden acabar constantemente decepcionados.
Puede que haya momentos en los que sientas que nadie te quiere de verdad porque, sencillamente, no puedes construir vínculos afectivos genuinos con los demás.
Tal vez te hayas escondido bajo tu propia piel y te hayas aislado. Tal vez no sabes cómo construir y mantener relaciones afectivas. Entonces te sientes atrapado en una soledad que duele.
¿Nadie te quiere de verdad? Incluyéndote a ti mismo?
Muchas veces cuando sientes que nadie te quiere, ese «nadie» también te incluye a ti. Es relativamente fácil que alguien se dé cuenta de que su autoestima es baja. También es fácil decir: «Bueno, ahora se trata de quererme más a mí mismo». Lo difícil es convertir esa idea en realidad.
No es que no quieras quererte, es que no encuentras la manera de hacerlo. Si no te aprecias a ti mismo, esto no ha surgido de la nada. Detrás suele haber toda una historia de hostilidad, a veces de abandono o de agresiones violentas.
Una de las razones más probables de la falta de amor propio es que nuestros padres nos dieron falsos argumentos cuando éramos niños, a menudo disfrazados inocentemente, de por qué no debíamos pedir o necesitar afecto. De una forma u otra, los demás nos dieron la idea de que no valíamos la pena. Que no éramos lo suficientemente dignos de ser amados.
Nos creímos estos argumentos porque, seguramente, quienes nos hicieron pensar así eran personas a las que queríamos, incluso admirábamos. Posiblemente, comenzamos la vida sin ser amados. Llevando sobre nuestros hombros un «¿por qué?» sin respuesta.
Y quizá hemos aprendido a no querernos sólo para complacer a un padre, a una madre o a otro ser querido que esperaba eso de nosotros porque estaba equivocado.
¿Ayudamos a los demás para que nos quieran?
A veces vivimos en una condición de carencia afectiva. Es decir, de falta de afecto. Incluso podemos llegar a la conclusión de que no queremos vivir así.
Sin embargo, no es fácil salir de esta condición. Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿ayudamos a los demás para que nos quieran?
Aunque la sensación de que nadie te quiere realmente es muy profunda, la salida puede no estar tan lejos. A veces sólo se trata de perdonar a quien no nos ha querido por sus propias limitaciones emocionales. Admitir que su hostilidad tenía mucho más que ver con él mismo que con nosotros.
También implica perdonarnos a nosotros mismos, porque, en realidad, no hicimos -o dejamos de hacer- nada que nos hiciera merecedores de esa indiferencia. Entender que no hay nada malo en ti y que cualquier sentimiento de culpa que tengas es infundado.
La salida…
Es importante preguntarnos si sabemos amar a los demás.
A veces nos mostramos como desesperadamente necesitados de afecto, y esto puede asustar o alejar a los demás. En realidad es una confesión de que no nos queremos a nosotros mismos y que necesitamos a esa otra persona para sentirnos valiosos. Si se llega a este punto, lo que ocurre es que nadie quiere esa responsabilidad.
Puede que tampoco hayamos desarrollado suficientes habilidades sociales. Siempre podemos aprender a relacionarnos con los demás de forma más fluida y espontánea. Es algo que podemos aprender, aplicar y practicar. Funciona.
Es el primer paso para romper la barrera que nos separa de los demás. Luego, tras abrir las compuertas, quizá aprendamos a avanzar en la extraordinaria aventura del afecto mutuo.