Francisco Goya

El Sábado de Brujas muestra al diablo en forma de cabra con guirnaldas, rodeado por un aquelarre de brujas desfiguradas, jóvenes y envejecidas, en un paisaje árido iluminado por la luna. La cabra posee grandes cuernos y está coronada por una corona de hojas de roble. Una bruja anciana sostiene en sus manos a un niño demacrado. El diablo parece actuar como sacerdote en una ceremonia de iniciación para el niño, aunque la superstición popular de la época creía que el diablo solía alimentarse de niños y fetos humanos. Se pueden ver los esqueletos de dos niños; uno desechado a la izquierda, el otro sostenido por una arpía en el primer plano del centro.
Típico de la imaginería de la brujería, muchos de los símbolos utilizados están invertidos. La cabra extiende su pezuña izquierda en lugar de la derecha hacia el niño, mientras que el cuarto de luna mira hacia fuera del lienzo en la esquina superior izquierda. En el centro, en la parte alta, se ven varios murciélagos volando por encima de la cabeza, con un movimiento de bandada que refleja la curva de la luna creciente.
El interés por lo sobrenatural fue una característica del Romanticismo, y se encuentra, por ejemplo, en la ópera Der Freischütz de Weber. Sin embargo, en el contexto español, los cuadros de Goya se han visto como una protesta contra los que defendían e imponían los valores de la Inquisición española, que había participado activamente en la caza de brujas durante los juicios de brujas vascos del siglo XVII. El posterior Sábado de Brujas fue pintado mientras se libraba una amarga lucha entre los liberales y los partidarios de una iglesia y un estado dirigido por la realeza, que culminó en la llamada Década Ominosa (1823-1833). Ambas pinturas pueden considerarse como un ataque a las creencias supersticiosas que imperaban en España durante un periodo en el que las historias de reuniones nocturnas de brujas y la aparición del diablo eran habituales entre la población rural. Reflejan el desprecio del artista por la tendencia popular a la superstición y la vuelta a los miedos medievales impulsada por la Iglesia. Las representaciones de Goya de este tipo de escenas se burlaban de lo que él consideraba temores medievales explotados por el orden establecido para obtener capital y beneficios políticos.
En el siglo XX el cuadro fue adquirido por el financiero José Lázaro Galdiano y donado al Estado español a su muerte.

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