Nominalismo, Realismo, Conceptualismo

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Estos términos se utilizan para designar las teorías que se han propuesto como soluciones de una de las cuestiones más importantes de la filosofía, a menudo referida como el problema de los universales, que, si bien fue un tema favorito de discusión en la antigüedad, y especialmente en la Edad Media, sigue siendo prominente en la filosofía moderna y contemporánea. Nos proponemos discutir en este artículo:

  • La naturaleza del problema y las soluciones sugeridas
  • Las principales formas históricas del Nominalismo, el Realismo y el Conceptualismo
  • Las pretensiones del Realismo Moderado.
    • El problema y las soluciones sugeridas

      El problema de los universales es el problema de la correspondencia de nuestros conceptos intelectuales con las cosas existentes fuera de nuestro intelecto. Mientras que los objetos externos son determinados, individuales, formalmente exclusivos de toda multiplicidad, nuestros conceptos o representaciones mentales nos ofrecen las realidades independientes de toda determinación particular; son abstractas y universales. La cuestión, por tanto, es descubrir hasta qué punto los conceptos de la mente se corresponden con las cosas que representan; cómo la flor que concebimos representa la flor existente en la naturaleza; en una palabra, si nuestras ideas son fieles y tienen una realidad objetiva.

      Se han ofrecido cuatro soluciones al problema. Es necesario describirlas cuidadosamente, ya que los escritores no siempre utilizan los términos en el mismo sentido.

      Realismo exagerado

      El realismo exagerado sostiene que hay conceptos universales en la mente y cosas universales en la naturaleza. Hay, pues, un estricto paralelismo entre el ser en la naturaleza y el ser en el pensamiento, ya que el objeto externo está revestido del mismo carácter de universalidad que descubrimos en el concepto. Se trata de una solución sencilla, pero que va en contra de los dictados del sentido común.

      Nominalismo

      El realismo exagerado inventa un mundo de la realidad que se corresponde exactamente con los atributos del mundo del pensamiento. El nominalismo, por el contrario, modela el concepto sobre el objeto externo, al que sostiene como individual y particular. El nominalismo niega, por consiguiente, la existencia de conceptos abstractos y universales, y se niega a admitir que el intelecto tenga el poder de engendrarlos. Lo que se llama ideas generales no son más que nombres, meras designaciones verbales, que sirven como etiquetas para una colección de cosas o una serie de eventos particulares. De ahí el término Nominalismo. Ni el Realismo Exagerado ni el Nominalismo encuentran dificultad alguna para establecer una correspondencia entre la cosa en el pensamiento y la cosa existente en la naturaleza, ya que, de manera diferente, ambos postulan una perfecta armonía entre ambas. La verdadera dificultad aparece cuando asignamos atributos diferentes a la cosa en la naturaleza y a la cosa en el pensamiento; si sostenemos que la una es individual y la otra universal. Surge entonces una antinomia entre el mundo de la realidad y el mundo representado en la mente, y nos lleva a preguntar cómo la noción general de flor concebida por la mente es aplicable a las flores particulares y determinadas de la naturaleza.

      Conceptualismo

      El conceptualismo admite la existencia en nosotros de conceptos abstractos y universales (de ahí su nombre), pero sostiene que no sabemos si los objetos mentales tienen algún fundamento fuera de nuestra mente o si en la naturaleza los objetos individuales poseen distributivamente y cada uno por sí mismo las realidades que concebimos como realizadas en cada uno de ellos. Los conceptos tienen un valor ideal; no tienen ningún valor real, o al menos no sabemos si tienen un valor real.

      Realismo moderado

      El realismo moderado, finalmente, declara que hay conceptos universales que representan fielmente realidades que no son universales.

      ¿Cómo puede haber armonía entre los primeros y los segundos? Las segundas son particulares, pero tenemos el poder de representárnoslas de forma abstracta. Ahora bien, el tipo abstracto, cuando el intelecto lo considera reflexivamente y lo contrasta con los sujetos particulares en los que se realiza o puede realizarse, es atribuible indistintamente a todos y cada uno de ellos. Esta aplicabilidad del tipo abstracto a los individuos es su universalidad. (Mercier, «Critériologie», Lovaina, 1906, p. 343).

      Las principales formas históricas del nominalismo, el realismo y el conceptualismo

      En la filosofía griega

      La conciliación de lo uno y lo múltiple, de lo cambiante y lo permanente, era un problema favorito de los griegos; conduce al problema de los universales. En la filosofía de Platón aparece la afirmación típica del realismo exagerado, la más franca que jamás se haya hecho; lo real debe poseer los atributos de necesidad, universalidad, unidad e inmutabilidad que se encuentran en nuestras representaciones intelectuales. Y como el mundo sensible sólo contiene lo contingente, lo particular, lo inestable, se deduce que lo real existe fuera y por encima del mundo sensible. Platón lo llama eîdos, idea. La idea es absolutamente estable y existe por sí misma (óntos ón; autá kath’ autá), aislada del mundo fenomenal, distinta del intelecto divino y humano. Siguiendo lógicamente los principios directivos de su Realismo, Platón hace corresponder a cada una de nuestras representaciones abstractas una entidad de idea. No sólo las especies naturales (el hombre, el caballo) sino los productos artificiales (la cama), no sólo las sustancias (el hombre) sino las propiedades (el blanco, el justo), las relaciones (el doble, el triple), e incluso las negaciones y la nada tienen una idea correspondiente en el mundo suprasensible. «Lo que hace uno y uno dos, es una participación de la díada (dúas), y lo que hace uno es una participación de la mónada (mónas)en la unidad» (Phædo, lxix). El realismo exagerado de Platón, invistiendo al ser real con los atributos del ser en el pensamiento, es la doctrina principal de su metafísica.

      Aristóteles rompió con estas visiones exageradas de su maestro y formuló las principales doctrinas del realismo moderado. Lo real no es, como dice Platón, una entidad vaga de la que el mundo sensible es sólo la sombra; habita en medio del mundo sensible. Sólo la sustancia individual (este hombre, aquel caballo) tiene realidad; sólo ella puede existir. Lo universal no es una cosa en sí misma; es inmanente en los individuos y se multiplica en todos los representantes de una clase. En cuanto a la forma de universalidad de nuestros conceptos (hombre, justo), es un producto de nuestra consideración subjetiva. Los objetos de nuestras representaciones genéricas y específicas pueden llamarse ciertamente sustancias (ousíai), cuando designan la realidad fundamental (hombre) con las determinaciones accidentales (justo, grande); pero éstas son deúterai ousíai (sustancias segundas), y con ello Aristóteles quiere decir precisamente que este atributo de universalidad que afecta a la sustancia como en el pensamiento no pertenece a la sustancia (cosa en sí); es el resultado de nuestra elaboración subjetiva. Este teorema de Aristóteles, que completa la metafísica de Heráclito (negación de lo permanente) mediante la de Parménides (negación del cambio), es la antítesis del platonismo, y puede considerarse como uno de los mejores pronunciamientos del peripatetismo. Fue a través de esta sabia doctrina que el Estagirita ejerció su ascendencia sobre todo el pensamiento posterior.

      Después de Aristóteles la filosofía griega formuló una tercera respuesta al problema de los universales, el Conceptualismo. Esta solución aparece en la enseñanza de los estoicos, que, como es sabido, se sitúa con el platonismo y el aristotelismo entre los tres sistemas originales de la gran época filosófica de los griegos. La sensación es el principio de todo conocimiento, y el pensamiento es sólo una sensación colectiva. Zenón comparó la sensación con una mano abierta con los dedos separados; la experiencia o sensación múltiple con la mano abierta con los dedos doblados; el concepto general nacido de la experiencia con el puño cerrado. Ahora bien, los conceptos, reducidos a sensaciones generales, tienen como objeto, no la cosa corpórea y externa alcanzada por los sentidos (túgchanon), sino el lektóon o la realidad concebida; si esto tiene algún valor real no lo sabemos. La escuela aristotélica adoptó el realismo aristotélico, pero los neoplatónicos suscribieron la teoría platónica de las ideas, que transformaron en una concepción emanacionista y monista del universo.

      En la filosofía de la Edad Media

      Durante mucho tiempo se pensó que el problema de los universales monopolizaba la atención de los filósofos de la Edad Media, y que la disputa de nominalistas y realistas absorbía todas sus energías. En realidad esa cuestión, aunque prominente en la Edad Media, no fue ni mucho menos la única de la que se ocuparon estos filósofos.

      (1) Desde el comienzo de la Edad Media hasta finales del siglo XII.-Es imposible clasificar a los filósofos del comienzo de la Edad Media exactamente como Nominalistas, Realistas Moderados y Exagerados, o Conceptualistas. Y la razón es que el problema de los universales es muy complejo. No sólo implica la metafísica del individuo y de lo universal, sino que también plantea importantes cuestiones en la ideología: preguntas sobre la génesis y la validez del conocimiento. Pero los escolásticos anteriores, inexpertos en cuestiones tan delicadas, no percibieron estos diversos aspectos del problema. No surgió espontáneamente en la Edad Media; fue legado en un texto de la «Isagoge» de Porfirio, un texto que parecía sencillo e inocente, aunque algo oscuro, pero que la fuerza de las circunstancias convirtió en el punto de partida necesario de las primeras especulaciones medievales sobre los universales.

      Porfirio divide el problema en tres partes:

      • ¿Existen los géneros y las especies en la naturaleza, o consisten en meros productos del intelecto?
      • Si son cosas aparte de la mente, ¿son cosas corpóreas o incorpóreas?
      • ¿Existen fuera de las cosas (individuales) del sentido, o se realizan en éste?
        • «Mox de generibus et speciebus illud quidem sive subsistant sive in nudis intelluctibus posita sint, sive subsistentia corporalia sint an incorporalia, et utrum separata a sensibilibus an in sensibilibus posita er circa haec subsistentia, decere recusabo.» Históricamente, la primera de esas cuestiones fue discutida con anterioridad a las otras: la última sólo podría haber surgido en el caso de negar un carácter exclusivamente subjetivo a las realidades universales. Ahora bien, la primera cuestión era si los géneros y las especies son realidades objetivas o no: ¿sive subsistant, sive in nudis intellectibus posita sint? En otras palabras, el único punto en debate era la realidad absoluta de los universales: su verdad, su relación con el entendimiento, no estaba en cuestión. El texto de Porfirio, aparte de la solución que propuso en otras obras desconocidas para los primeros escolásticos, es un planteamiento inadecuado de la cuestión, pues sólo tiene en cuenta el aspecto objetivo y descuida el punto de vista psicológico, que es el único que puede dar la clave de la verdadera solución. Además, Porfirio, después de proponer su triple interrogación en la «Isagoge», se niega a ofrecer una respuesta (dicere recusabo). Boecio, en sus dos comentarios, da respuestas vagas y escasamente coherentes. En el segundo comentario, que es el más importante, sostiene que los géneros y las especies son a la vez subsistentia e intellecta (1ª cuestión), siendo la semejanza de las cosas la base (subjectum) tanto de su individualidad en la naturaleza como de su universalidad en la mente: que los géneros y las especies son incorpóreos no por naturaleza sino por abstracción (2ª cuestión), y que existen tanto dentro como fuera de las cosas del sentido (3ª cuestión).

          Esto no estaba suficientemente claro para los principiantes, aunque podemos ver en él la base de la solución aristotélica del problema. Los primeros escolásticos se enfrentaron al problema tal y como lo propuso Porfirio: limitando la controversia a los géneros y especies, y sus soluciones a las alternativas sugeridas por la primera pregunta: ¿Existen los objetos de los conceptos (es decir, los géneros y las especies) en la naturaleza (subsistentia), o son meras abstracciones (nuda intelecta)? ¿Son o no son cosas? Los que respondieron afirmativamente recibieron el nombre de Reales o Realistas; los otros el de Nominales o Nominalistas. Los primeros o Realistas, más numerosos en la Alta Edad Media (Fredugisus, Rémy d’Auxerre y Juan Escoto Eriúgena en el siglo IX, Gerberto y Odo de Tournai en el X, y Guillermo de Chapeaux en el XII) atribuyen a cada especie una esencia universal (subsistentia), a la que tributan todos los individuos subordinados.

          Los nominalistas, que deberían llamarse más bien los antirrealistas, afirman por el contrario que sólo existe el individuo, y que los universales no son cosas realizadas en el estado universal en la naturaleza, o subsistentia. Y como adoptan la alternativa de Porfirio, concluyen que los universales son nuda intellecta (es decir, representaciones puramente intelectuales).

          Puede ser que Roscelin de Compiègne no haya ido más allá de estas enérgicas protestas contra el Realismo, y que no sea un Nominalista en el sentido exacto que hemos atribuido a la palabra más arriba, ya que tenemos que depender de otros para una expresión de sus puntos de vista, ya que no existe ningún texto suyo que nos justifique decir que negó al intelecto el poder de formar conceptos generales, distintos en su naturaleza de la sensación. De hecho, es difícil comprender cómo pudo existir el nominalismo en la Edad Media, ya que sólo es posible en una filosofía sensista que niega toda distinción natural entre la sensación y el concepto intelectual. Además, hay pocos indicios de sensismo en la Edad Media y, al igual que el sensismo y la escolástica, el nominalismo y la escolástica se excluyen mutuamente. Los diferentes sistemas antirrealistas anteriores al siglo XIII no son, en realidad, más que formas más o menos imperfectas del Realismo Moderado hacia el que tendían los esfuerzos del primer período, fases por las que pasó la misma idea en su evolución orgánica. Estas etapas son numerosas, y varias han sido estudiadas en monografías recientes (por ejemplo, la doctrina de Adélard de Bath, de Gauthier de Mortagne, el indiferentismo y la teoría de la collectio). La etapa decisiva está marcada por Abélard, (1079-1142), que señala claramente el papel la abstracción, y cómo nos representamos elementos comunes a cosas diferentes, capaces de realizarse en un número indefinido de individuos de la misma especie, mientras que el individuo solo existe. De ahí al realismo moderado no hay más que un paso; bastaba con mostrar que un fundamentum real nos permite atribuir la representación general a la cosa individual. Es imposible decir quién fue el primero en el siglo XII en desarrollar la teoría en su totalidad. El realismo moderado aparece plenamente en los escritos de Juan de Salisbury.

          Desde el siglo XIII

          En el siglo XIII todos los grandes escolásticos resolvieron el problema de los universales mediante la teoría del realismo moderado (Tomás de Aquino, Buenaventura, Duns Escoto), y están así de acuerdo con Averroes y Avicena, los grandes comentaristas árabes de Aristóteles, cuyas obras habían pasado recientemente a la circulación por medio de traducciones. Santo Tomás formula la doctrina del realismo moderado en un lenguaje preciso, y sólo por eso podemos dar el nombre de realismo tomista a esta doctrina (véase más adelante). Con Guillermo de Occam y la Escuela Terminista aparece la solución estrictamente conceptualista del problema. El concepto abstracto y universal es un signo (signum), llamado también término (terminus; de ahí el nombre de terminismo dado al sistema), pero no tiene ningún valor real, pues lo abstracto y lo universal no existen de ninguna manera en la naturaleza y no tienen ningún fundamentum fuera de la mente. El concepto universal (intentio secunda) tiene como objeto representaciones internas, formadas por el entendimiento, a las que no se puede atribuir ninguna correspondencia externa. El papel de los universales es servir de etiqueta, ocupar el lugar (supponere) en la mente de multitud de cosas a las que se puede atribuir. El Conceptualismo de Occam sería francamente subjetivista, si, junto con los conceptos abstractos que llegan a la cosa individual, como existe en la naturaleza.

          En la filosofía moderna y contemporánea

          Encontramos una afirmación inequívoca del Nominalismo en el Positivismo. Para Hume, Stuart Mill, Spencer y Taine no hay estrictamente ningún concepto universal. La noción, a la que otorgamos universalidad, es sólo un conjunto de percepciones individuales, una sensación colectiva, «un nom compris» (Taine), «un término en asociación habitual con muchas otras ideas particulares» (Hume), «un savoir potentiel emmagasiné» (Ribot). El problema de la correspondencia del concepto con la realidad se resuelve así de inmediato, o más bien se suprime y se sustituye por la cuestión psicológica: ¿Cuál es el origen de la ilusión que nos induce a atribuir una naturaleza distinta al concepto general, aunque éste no sea más que una sensación elaborada? Kant afirma claramente la existencia en nosotros de nociones abstractas y generales y la distinción entre éstas y las sensaciones, pero estas doctrinas se unen a un fenomenalismo característico que constituye la forma más original del conceptualismo moderno. Las representaciones universales y necesarias no tienen contacto con las cosas externas, ya que son producidas exclusivamente por las funciones estructurales (formas a priori) de nuestra mente. El tiempo y el espacio, en los que enmarcamos todas las impresiones sensibles, no pueden obtenerse de la experiencia, que es individual y contingente; son esquemas que surgen de nuestra organización mental. En consecuencia, no tenemos ninguna justificación para establecer una verdadera correspondencia entre el mundo de la realidad. La ciencia, que sólo es una elaboración de los datos de los sentidos de acuerdo con otras determinaciones estructurales de la mente (las categorías), se convierte en un poema subjetivo, que sólo tiene valor para nosotros y no para un mundo exterior a nosotros. Una forma moderna de realismo platónico o exagerado se encuentra en la doctrina ontológica defendida por ciertos filósofos católicos a mediados del siglo XIX, y que consiste en identificar los objetos de las ideas universales con las ideas divinas o los arquetipos sobre los que se formó el mundo. En cuanto al realismo moderado, sigue siendo la doctrina de todos los que han vuelto al aristotelismo o han adoptado la filosofía neoescolástica.

          Las pretensiones del realismo moderado

          Este sistema concilia las características de los objetos externos (particularidad) con las de nuestras representaciones intelectuales (universalidad), y explica por qué la ciencia, aunque esté hecha de nociones abstractas, es válida para el mundo de la realidad. Para entender esto basta con captar el verdadero sentido de la abstracción. Cuando la mente aprehende la esencia de una cosa (quod quid est; tò tí en eînai), el objeto externo se percibe sin las notas particulares que se le atribuyen en la naturaleza (esse in singularibus), y aún no está marcado con el atributo de generalidad que la reflexión le otorgará (esse in intellectu). La realidad abstracta es aprehendida con perfecta indiferencia tanto respecto al estado individual exterior como al estado universal interior: abstrahit ab utroque esse, secundum quam considerationem considerattur natura lapidis vel cujus cumque alterius, quantum ad ea tantum quæ per se competunt illi naturæ (Santo Tomás, «Quodlibeta», Q. i, a. 1). Ahora bien, lo que se concibe así en el estado absoluto (considerando absoluto) no es otra cosa que la realidad encarnada en un individuo cualquiera: en verdad, la realidad, representada en mi concepto de hombre, está en Sócrates o en Platón. No hay nada en el concepto abstracto que no sea aplicable a todo individuo; si el concepto abstracto es inadecuado, porque no contiene las notas singulares de cada ser, no por ello es menos fiel, o al menos su carácter abstracto no le impide corresponder fielmente a los objetos existentes en la naturaleza. En cuanto a la forma universal del concepto, un momento de consideración muestra que es posterior a la abstracción y que es fruto de la reflexión: «ratio speciei accidit naturæ humanæ». De donde se deduce que la universalidad del concepto como tal es obra puramente del intelecto: «unde intellectus est qui facit universalitatem in rebus» (Santo Tomás, «De ente et essentia», iv).

          Respecto al nominalismo, al conceptualismo y al realismo exagerado, deben bastar algunas consideraciones generales. El nominalismo, que es irreconciliable con una filosofía espiritualista y por eso mismo también con la escolástica, presupone la teoría ideológica de que el concepto abstracto no difiere esencialmente de la sensación, de la que sólo es una transformación. El nominalismo de Hume, Stuart Mill, Spencer, Huxley y Taine no tiene mayor valor que su ideología. Confunden operaciones lógicas esencialmente distintas: la simple descomposición de las representaciones sensibles o empíricas con la abstracción propiamente dicha y la analogía sensible con el proceso de universalización. Los aristotélicos reconocen ambas operaciones mentales, pero las distinguen cuidadosamente. En cuanto a Kant, todos los límites que podrían conectar el concepto con el mundo externo son destruidos en su Fenomenalismo. Kant es incapaz de explicar por qué una misma impresión sensible inicia o pone en funcionamiento ahora esta, ahora aquella categoría; sus formas a priori son ininteligibles según sus propios principios, ya que están más allá de la experiencia. Además, confunde el tiempo y el espacio reales, limitados como las cosas que desarrollan, con el tiempo y el espacio ideales o abstractos, que son los únicos generales y sin límite. Pues en verdad no creamos al por mayor el objeto de nuestro conocimiento, sino que lo engendramos dentro de nosotros bajo la influencia causal del objeto que se nos revela. El ontologismo, que es afín al realismo platónico, identifica arbitrariamente los tipos ideales de nuestro intelecto, que nos llegan del mundo sensible por medio de la abstracción, con los tipos ideales consustanciales a la esencia de Dios. Ahora bien, cuando formamos nuestras primeras ideas abstractas no conocemos todavía a Dios. Somos tan ignorantes de Él que debemos emplear estas primeras ideas para demostrar a posteriori su existencia. El ontologismo ha vivido su vida, y nuestra época tan enamorada de la observación y el experimento difícilmente volverá a los sueños de Platón.

          Acerca de esta página

          Citación de la APP. De Wulf, M. (1911). Nominalismo, realismo y conceptualismo. En La enciclopedia católica. Nueva York: Robert Appleton Company. http://www.newadvent.org/cathen/11090c.htm

          Cita MLA. De Wulf, Maurice. «Nominalismo, realismo y conceptualismo». La enciclopedia católica. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. <http://www.newadvent.org/cathen/11090c.htm>.

          Transcripción. Este artículo fue transcrito para Nuevo Advenimiento por Drake Woodside, Atom M. Eckhardt y Yaqoob Mohyuddin.

          Aprobación eclesiástica. Nihil Obstat. 1 de febrero de 1911. Remy Lafort, S.T.D., Censor. Imprimatur. +John Cardenal Farley, Arzobispo de Nueva York.

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