Agua bendita. – El uso del agua bendita en los primeros tiempos de la era cristiana está atestiguado por documentos de fecha relativamente tardía. Las «Constituciones Apostólicas», cuya redacción se remonta al año 400 aproximadamente, atribuyen al Apóstol San Mateo el precepto de usar agua bendita. La carta escrita bajo el nombre del Papa Alejandro I, que vivió en el siglo II, es apócrifa y de época más reciente, por lo que el primer testimonio histórico no se remonta más allá del siglo V. Sin embargo, es lícito suponer, en aras de la argumentación, que en los primeros tiempos del cristianismo el agua se utilizaba con fines expiatorios y purificatorios, de forma análoga a su empleo en la ley judía. Como, en muchos casos, el agua utilizada para el Sacramento del Bautismo era agua corriente, de mar o de río, no podía recibir la misma bendición que la contenida en los baptisterios. En este punto concreto la liturgia primitiva es oscura, pero dos descubrimientos recientes tienen un interés muy decidido. El Pontifical de Serapión de Thmuis, un obispo del siglo IV, y también el «Testamentum Domini», una composición siríaca que data del siglo V al VI, contienen una bendición de aceite y agua durante la misa. La fórmula del Pontifical de Serapión es la siguiente: «Bendecimos a estas criaturas en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo; invocamos sobre esta agua y este aceite el Nombre de Aquel que padeció, que fue crucificado, que resucitó de entre los muertos y que está sentado a la derecha del Increado. Concede a estas criaturas el poder de curar; que todas las fiebres, todos los espíritus malignos y todas las enfermedades sean ahuyentadas por quien bebe estas bebidas o es ungido con ellas, y que sean un remedio en el Nombre de Jesucristo, tu único Hijo».
Ya en el siglo IV varios escritos, cuya autenticidad está libre de toda sospecha, mencionan el uso de agua santificada, ya sea por la bendición litúrgica que acabamos de mencionar, o por la bendición individual de alguna persona santa. San Epifanio (Contra haeres., lib. I, haer. xxx) registra que en Tiberíades un hombre llamado José derramó agua sobre un loco, habiendo hecho primero la señal de la cruz y pronunciado estas palabras sobre el agua: «En el nombre de Jesucristo de Nazaret, crucificado, apártate de este infeliz, espíritu infernal, y deja que se cure». José se convirtió y posteriormente utilizó el mismo procedimiento para vencer la brujería; sin embargo, no era ni obispo ni clérigo. Teodoreto (Hist. eccl., V, xxi) cuenta que Marcelo, obispo de Apamea, santificó el agua con el signo de la cruz y que Afraates curó a uno de los caballos del emperador haciéndole beber agua bendecida con el signo de la cruz («Hist. relig.», c. viii, en P.G., LXXXII, col. 1244, 1375). En Occidente se dan testimonios similares. Gregorio de Tours (De gloria confess., c. lxxxii) habla de un recluso llamado Eusicio que vivió en el siglo VI y poseía el poder de curar la fiebre cuartana dando de beber a sus víctimas el agua que él había bendecido; podríamos mencionar muchos otros casos atesorados por este mismo Gregorio («De Miraculis S. Martini», II, xxxix; «Mirac. S. Juliani», xxv, xxvi; «Liber de Passione S. Juliani»; «Vitae Patrum», c. iv, n. 3). Se sabe que algunos fieles creían que el agua bendita poseía propiedades curativas para ciertas enfermedades, y que esto era cierto de manera especial para el agua bautismal. En algunos lugares se conservaba cuidadosamente durante todo el año y, por haber sido utilizada en el bautismo, se consideraba libre de toda corrupción. Esta creencia se extendió de Oriente a Occidente; y apenas se había administrado el bautismo, la gente se agolpaba con todo tipo de recipientes y se llevaba el agua, algunos la guardaban cuidadosamente en sus casas mientras otros regaban con ella sus campos, viñedos y jardines («Ordo rom. I», 42, en «Mus. ital.», II, 26).
Sin embargo, el agua bautismal no era la única agua sagrada. Una parte se conservaba permanentemente a la entrada de las iglesias cristianas, donde un secretario rociaba a los fieles a medida que entraban y, por ello, se le llamaba udrokometes o «introductor por el agua», apelativo que aparece en la superinscripción de una carta de Synesius en la que se alude al «agua lustral colocada en el vestíbulo del templo». Esta agua se bendecía tal vez en proporción a su necesidad, y la costumbre de la Iglesia puede haber variado en este punto. Balsamon nos dice que, en la Iglesia griega, se «hacía» agua bendita al principio de cada mes lunar. Es muy posible que, según el canon lxv del Concilio de Constantinopla celebrado en 691, este rito se estableciera con el fin de suplantar definitivamente la fiesta pagana de la luna nueva y hacerla pasar al olvido. En Occidente, Dom Martene declara que no se encontró nada antes del siglo IX sobre la bendición y la aspersión de agua que tiene lugar cada domingo en la misa. En esa época el Papa León IV ordenó que cada sacerdote bendijera el agua cada domingo en su propia iglesia y rociara al pueblo con ella: «Omni die Dominico, ante missam, aquam benedictam facite, unde populus et loca fidelium aspergantur» (P.L., CXV, col. 679). Hincmar de Reims dio las siguientes instrucciones: «Todos los domingos, antes de la celebración de la misa, el sacerdote bendecirá el agua en su iglesia y, para este santo propósito, utilizará un recipiente limpio y adecuado. El pueblo, al entrar en la iglesia, será rociado con esta agua, y los que lo deseen podrán llevar un poco en recipientes limpios para rociar sus casas, campos, viñedos y ganado, y el alimento con el que se alimentan estos últimos, así como para arrojar sobre su propia comida» («Capitula synodalia», cap. v, en P.L., CXXV, col. 774) . La regla de hacer bendecir el agua para la aspersión en la misa del domingo se siguió en adelante de forma generalizada, pero no se observó en todas partes el momento exacto fijado por León IV e Hincmar. En Tours, la bendición tenía lugar el sábado antes de las Vísperas; en Cambrai y en Arras, debía darse sin ceremonia en la sacristía antes del rezo de la hora prima; en Albi, en el siglo XV, la ceremonia se llevaba a cabo en la sacristía antes de Tercia; y en Soissons, en la más alta de las gradas del santuario, antes de Tercia; mientras que en Laon y Senlis, en el siglo XIV, tenía lugar en el coro antes de la hora de Tercia. Hay dos domingos en los que el agua no se bendice y parece que nunca se ha bendecido: son el domingo de Pascua y el de Pentecostés. La razón es que en la víspera de estas dos fiestas se bendice y consagra el agua para las pilas bautismales y, antes de su mezcla con el santo crisma, se permite a los fieles llevarse una parte a sus casas, y guardarla para utilizarla en caso de necesidad.